Este blog nace con la necesidad de colgar el trabajo final del curso El cine, un recurso didáctico del Aula Virtual de Formación del Profesorado de EducaMadrid. Este es un blog con un fin didáctico. Se trata de desarrollar una serie de recursos didácticos que permitan analizar y comparar un texto literario narrativo con su análogo cinematográfico. Para ello se proponen una serie de actividades a partir de las dos versiones de la misma obra, en este caso La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín. Estas actividades se dirigen a alumnos de 4º ESO y 2º BACH en particular y, en general, a cualquier persona interesada en estos menesteres. Por lo tanto, el autor de las actividades autoriza y agradece su uso a todo docente interesado/a en su uso.

Todos los fragmentos de la novela están extraídos de la edición digital de la Biblioteca Virtual Cervantes, basada en la edición de Madrid, Librería de Fernando Fé, 1900.



http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/12473959873481628265679/index.htm


Todas las secuencias están extraídas de la serie de Televisión Española La Regenta, adaptada y dirigida por Méndez-Leite en 1995.



http://www.rtve.es/television/la-regenta/

Los personajes III. Don Álvaro Mesía, el don Juan de Vetusta.

Don Álvaro Mesía es el último vértice del triángulo amoroso que se forma entre la Regenta y el Magistral. Considera a la Regenta como el mayor trofeo posible de sus múltiples conquistas. Es el jefe del partido liberal y presidente del Casino de Vetusta:
Mesía hablaba de la Regenta con Visita con más franqueza que con Paco. Su política tenía que ser diferente. Al Marquesito había que hablarle de amor puro, por los motivos explicados antes; a Visita de una conquista más. Comprendía don Álvaro que Visitación quería precipitar a la Regenta en el agujero negro donde habían caído ella y tantas otras. Visita era amiga de Ana desde que esta había venido a Vetusta con su tía doña Anunciación y con Ripamilán, el hoy Arcipreste. Admiraba a su amiguita, elogiaba su hermosura y su virtud; pero la hermosura la molestaba como a todas, y la virtud la volvía loca. Quería ver aquel armiño en el lodo. La aburría tanta alabanza. Toda Vetusta diciendo: «¡La Regenta, la Regenta es inexpugnable!». Al cabo llegaba a cansar aquella canción eterna. Hasta el modo de llamarla era tonto. ¡La Regenta! ¿Por qué? ¿No había otra? Ella lo había sido en Vetusta poco tiempo. Su marido había dejado la carrera muy pronto, ¿a qué venía aquello de Regenta por aquí, Regenta por allí? Poco tiempo tenía la mujer del empleado del Banco para consagrarle a estas malas pasiones de pura fantasía y mala intención; necesitaba la atención para la prosa de la vida que era bien difícil; pero algún desahogo había de tener: pues bien, este, procurar que Ana fuese al fin y al cabo como todas. No se separaba de ella en cuanto podía: a la iglesia, al paseo, al teatro, iban juntas casi siempre, aunque Ana iba pocas veces. La del Banco, desde que había descubierto algún interés por don Álvaro en su amiga y en Mesía deseos de vencer aquella virtud, no pensaba más que en precipitar lo que en su concepto era necesario. No creía a nadie capaz de resistir a su antiguo novio.
En cuanto estaban solos, hablaban de aquel asunto.
Álvaro negaba que hubiese por su parte amor; era un capricho fuerte arraigado en él por las dificultades.
Visita fingía preferir que fuese una pasión verdadera; disimulaba el placer íntimo que encontraba en las afirmaciones del otro.
-Ya lo sabes, Visita; amar no es para todas las edades.
-No hablemos de eso.
-Se quiere una vez y después... se las arregla uno como puede.
Mesía al decir esto encogía los hombros con un gesto de desesperación humorística que a él y a sus adoratrices se les antojaba muy interesante, byroniano (si las adoratrices sabían de Byron.)
-Y ella es hermosa, Alvarín, hermosa, hermosa; eso te lo juro yo.
-Sí, eso a la vista está.
-No, no todo está a la vista como comprendes. Y como ella no hace lo que esa otra (apuntaba con el dedo pulgar hacia atrás, donde se oía el cuchicheo de Paco y Obdulia), como Ana jamás se aprieta con cintas y poleas las enaguas y la falda... ni se embute... ¡Si la vieras!
-Me lo figuro.
-No es lo mismo.
Hubo una pausa. Y continuó Visita:
-¿Ves esa cara dulce, apacible, que sólo tiene algo de pasión en los ojos, y esa, como a la sombra debajo de las pestañas, contenida...?
-¿Verdad que tiene razón Frígilis?
-¿Qué dice ese sonámbulo?
-Que la Regenta se parece mucho a la Virgen de la Silla.
-Es verdad; la cara sí...
-Y la expresión; y aquel modo de inclinar la cabeza cuando está distraída; parece que está acariciando a un niño con la barba redonda y pura...
-¡Hola, hola! ¡el pintor!
Las chispas de los ojos de la jamona saltaron como las de un brasero aventado.
-¡Dice que no está enamorado y la compara con la Virgen!...
-Creo que la pobre siente mucho no tener un hijo.
Visita encogió los hombros, y después de pasar algo amargo que tenía en la garganta, dijo con voz ronca y rápida:
-Que lo tenga.
Mesía disimuló la repugnancia que le produjo aquella frase.
-Pero, ¡ay, Alvarín! ¡si la pudieras ver en su cuarto, sobre todo cuando le da un ataque de esos que la hacen retorcerse!... ¡Cómo salta sobre la cama! Parece otra... Entonces, no sé por qué, me explico yo el capricho de la piel de tigre que dicen que le regaló un inglés americano. ¿Te acuerdas de aquel baile fantástico que bailaban los Bufos que vinieron el año pasado?
-Sí, ¿qué?
-¿Te acuerdas de aquella danza de las Bacantes? Pues eso parece, sólo que mucho mejor; una bacante como serían las de verdad, si las hubo allá, en esos países que dicen. Eso parece cuando se retuerce. ¡Cómo se ríe cuando está en el ataque! Tiene los ojos llenos de lágrimas, y en la boca unos pliegues tentadores, y dentro de la remonísima garganta suenan unos ruidos, unos ayes, unas quejas subterráneas; parece que allá dentro se lamenta el amor siempre callado y en prisiones ¡qué sé yo! ¡Suspira de un modo, da unos abrazos a las almohadas! ¡Y se encoge con una pereza! Cualquiera diría que en los ataques tiene pesadillas, y que rabia de celos o se muere de amor... Ese estúpido de don Víctor con sus pájaros y sus comedias, y su Frígilis el de los gallos en injerto, no es un hombre. Todo esto es una injusticia; el mundo no debía ser así. Y no es así. Sois los hombres los que habéis inventado toda esa farsa.
Calló un poco, perdido el hilo del discurso, y añadió:
-Yo me entiendo.
Después de calmarse volvió a su asunto.
-¡Si la vieras! Es que no es así como se quiera. Verás... tiene los brazos...
Y describía minuciosamente, con los pormenores que ella podía explicar a un hombre que había sido su amante y era su camarada, todas las turgencias de Ana, su perfección plástica, los encantos velados, como decía Cármenes en el Lábaro. Pero les daba su nombre propio unas veces, y cuando no lo tenían, o ella lo ignoraba, usaba caprichosos diminutivos inventados en otro tiempo por Álvaro en el entusiasmo de las más dulces confianzas. Aquellos nombres, afeminados aunque fuesen masculinos, estaban grabados como si fuesen de fuego en la memoria de Visita; no salían a sus labios sino al hablar con Álvaro y pocas veces. Le sabían a gloria a la del Banco. Pero después le quedaba un dejo amargo... «Todo aquello ya como si no: el marido, los hijos, la plaza, los criados, el casero... ¡diablos coronados!».
Visita iba señalando en su cuerpo, sin coquetería, sin pensar en lo que hacía, las partes correspondientes de la Regenta, que describía con entusiasmo; y dijo al terminar su descripción apuntando hacia atrás:
-Se precia «esa otra» de buenas formas... ¡Buena comparación tiene!
La cita era sabia y oportuna. Visitación suponía a don Álvaro enterado de lo que era aquella otra ¡y no había comparación!
Quien ahora tragaba saliva era el Presidente del Casino, colorado como una amapola. Ya tenía él en sus ojos, casi siempre apagados, las chispas que saltaban de los de Visita.
-Pero te ha de costar mucho trabajo...
-Puede que no tanto -dijo Mesía, sin contenerse.
-Ella tragar... ya tragó el anzuelo.
-¿Crees tú?
-Sí, estoy segura. Pero no te fíes; puedes marcharte con una tajada y dejar el pez en el agua.
-Como yo vea el momento de tirar...
-Mucho tiempo llevas pensándolo.
-¿Quién te lo ha dicho?
-Estos.
Y puso los dedos sobre los ojos.
-Y lo de ella, ¿cómo lo sabes?
-¡Curiosón! ¡el que no está enamorado!...
-¿Enamorado? ni por pienso... pero es natural que quiera saber cómo está ella... para echar mis cuentas.
-Ella no está como un guante, pero por dentro andará la procesión. Menudean los ataques de nervios. Ya sabes que cuando se casó cesaron, que después volvieron, pero nunca con la frecuencia de ahora. Su humor es desigual. Exagera la severidad con que juzga a las demás, la aburre todo. ¡Pasa unas encerronas!
-¡Ta, ta, ta! eso no es decir nada.
-Es mucho.
-Nada en mi favor.
-¿Tú qué sabes? Mira, si le hablan de ti palidece o se pone como un tomate, enmudece y después cambia de conversación en cuanto puede hablar. En el teatro, en el momento en que tú vuelves la cara, te clava los ojos, y cuando el público está más atento a la escena y ella cree que nadie la observa, te clava los gemelos. Pero la observo yo; por curiosidad, claro; porque a mí, en último caso ¿qué? Su alma su palma.
-¿No eres su amiga íntima?
-Su amiga, sí. ¿Íntima? Ella no tiene más intimidades que las de dentro de su cabeza. Tiene ese defectillo; es muy cavilosa y todo se lo guarda. Por ella no sabré nunca nada.
Un momento de silencio.
-A no ser que ahora se lo cuente todo al Magistral... Ya sabrás que le ha tomado de confesor.
-Sí, eso dicen; creo que es cosa del Arcipreste que se cansa de asistir al confesonario.
-No, es cosa de ella; tiene otra vez sus proyectos de misticismo.
Visita llamaba misticismo a toda devoción que no fuera como la suya, que no era devoción.
-Ana, cuando chica, allá en Loreto, tuvo ya, según yo averigüé, arranques así... como de loca... y vio visiones... en fin desarreglos. Ahora vuelve; pero es por otra causa (y señaló al corazón.) Está enamorada, Alvarico, no te quepa duda.
Don Álvaro sintió un profundo y tiernísimo agradecimiento. ¡Le daban una fe en sí mismo aquellas palabras!
No quería saber más: o mejor, comprendió que nada positivo podía añadir Visita.
Vio en el rostro de aquella mujer una amargura que revelaban ciertos músculos, mientras otros luchaban por borrar aquel gesto. Su voz temblaba un poco. Daba lástima. A lo menos la sintió Mesía.
-Deja eso -dijo, acercándose a su amiga-. No hablemos de otros; hablemos de nosotros. Estás guapísima...
-¿Ahora... con esas? (Parecía que hablaba con lengua metálica.)
-Tontina... si tú no fueras tan desconfiada...
-¿Qué novedades son estas? -preguntaron los labios y la lengua de placas de acero.
-Novedades... ¿las llamas novedades... ingrata?
Don Álvaro acercó su rostro al de la dama golosa. Nadie pasaba por la calle. Era de las más desiertas; crecía yerba entre las piedras. Aquel silencio era el que llamaba solemne y aristocrático don Saturnino.
Los que estaban detrás, Obdulia y Paco, no veían; don Álvaro estaba seguro. Se aproximó más a Visita.
Sonó una bofetada; y después la carcajada estrepitosa de la del Banco, que dio un paso atrás, huyendo de don Álvaro.
-¡Loca!... ¡idiota!... -gimió Mesía limpiando su mejilla que sintió húmeda y pegajosa.
-¡Vuelve por otra! A mí que soy tambor de marina, como dice la Marquesa.
La dama, completamente tranquila, sonriente, se metió un terrón de azúcar en la boca.
Era su sistema. Se prohibía a sí misma, por desconfianza, las dulzuras de los engaños de amor, y los compensaba con golosinas, que «se pegaban al riñón».
Mesía recordó con tristeza, mezclada de remordimiento, la noche en que aquella mujer saltaba por un balcón, llena de fe y enamorada.

Propuesta de Actividades:

  1. ¿Qué relación hay entre Mesía y doña Visitación?
  2. ¿Qué razones llevan a ésta a estimular a Mesía a la conquista de la Regenta? ¿Cómo lo consigue?
  3. De nuevo, en el texto literario podemos conocer los pensamientos de doña Visitación gracias al uso del estilo indirecto libre. Señala estos pasajes en el texto. ¿Se consigue este efecto en el lenguaje cinematográfico? Justifica tu respuesta.
  4. La crítica literaria ha comentado siempre el erotismo presente en la novela de Clarín. Señala los pasajes del texto en los que se describe a la Regenta en los que se puede apreciar.
  5. Fíjate en estos mismos pasajes en la versión cinematográfica. ¿En cuál de las dos versiones se consigue mejor el efecto del erotismo? ¿Por qué?
  6. ¿Qué opinión tiene Mesía de doña Visita?¿Se puede considerar la relación entre ellos de sincera? Justifica tu respuesta.
  7. ¿Coinciden totalmente el texto literario y el cinematográfico? ¿En qué difieren uno y otro? ¿Habría alguna forma de incorporar al texto cinematográfico todos los elementos del texto literario?

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Una reflexión final.

Las actividades de este blog pueden considerarse un tipo de guía de lectura de la novela, pero teniendo en cuenta en todo momento las relaciones entre literatura y cine. Para ello he tratado de abarcar toda la obra analizando los pasajes que considero más significativos en cuanto al triángulo amoroso que se forma en torno a la Regenta, el Magistral y Mesía. No obstante, hay que decir que no le hago justicia a la novela porque se han dejado innumerables elementos sin analizar: algunos personajes tan significativos para la trama como la criada de los Quintanar, Petra, o el fiel amigo de don Víctor, Frígilis; o los numerosísimos personajes secundarios que representan a la sociedad de Vetusta y sus ambientes, los religiosos, el Casino o el pueblo llano. También se ha pasado por alto la lectura metaliteraria de la obra en lo que respecta al quijotismo de Quintanar y su dimensión como personaje del teatro barroco y, en fin, numerosísimos elementos diseminados a lo largo de tan rica y extensa novela, con más de quinientas páginas. No en vano, para gran parte de la crítica, la Regenta es la mejor novela en lengua castellana del siglo XIX. En todo caso el objetivo principal de este blog era estimular en los estudiantes el gusto por la lectura y por la literatura. Así sea.

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Profesor de Lengua y Literatura en el IES Lope de Vega, Madrid.